Cuatro caminos

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Cuatro caminos

Tadeo P. Stein


There is a road, no simple highway,
between the dawn and the dark of night.
And if you go, no one may follow,
that path is for your steps alone.

Robert Hunter

Oye, amiga,
dame la mano,
que ya es hora
de caminar.

Miguel Abuelo

 

 

1

Árbol del pájaro perdido:
¿por qué nutre el amanecer
si no es astro ni río?

Respira en mi seno el botoncito
de una flor subterránea
y el cantero amplifica las raíces
del cannabis y la dalia.
En este huerto abierto y reducido
no silba el agua del estanque
porque vive en tus ojos,
lagos cósmicos del sur
donde antaño me bañara.

¿Por qué milenaria conjunción
tu vida reproduce el vuelo de la hoja?

Todo
cae,
      crece,
              fructifica,
si la tierra morosa lo cultiva.

Soy el hortelano de un jardín pasajero.

 

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2

 

Pastora sin nombre,
vos también caminabas donde brotan las fuentes,
junto al río delgado,
entre encendidos eucaliptos.
Nadie lamentaba en la sombra
tu hielo o tu ausencia,
no eras figura mineral
ni líquido rubí en cristal luciente.
Semillas de maíz en la mirada
y en el fondo el impulso de la piedra
traída por esclavos desde el norte.
¿Soñabas el signo fatal
o tuyo era todo el aire,
el sendero que aún persiste?
Hoy el río transporta deshechos,
llantas en vano atalayan la corriente,
una bolsa aprisiona los tallos,
las naves caen y envejecen.
Pero yo te imagino,
mientras pasan los patos, las tortugas,
imagino tu lengua hermana del silencio,
tu devenir sin tiempo.
Miro mis manos, mi cuerpo, mi pensamiento,
yo apenas revivo un paisaje,
apenas pronuncio los dones de la tierra:
soy hijo de las ondas.
Pero en las tardes, cuando desciendo,
veo un huipil entre las hojas,
acaricias la flor, entonas el canto,
y llora el grano en tu corazón herido.

 

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3

El ave nada sabe del viento.

Sólo cuando surta la espuma
al delta o la ribera
nacerá en su alma,
invisible y esperada,
la sílaba incesante,
compañera del aire y la marea.

 

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4

¿Eres tú la mensajera,
el grano oculto en la montaña,
o simplemente atraes
la luz que yace aquí perdida?

 

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5

Desde el antiguo promontorio llega tu canto,
habla de cabras, peras y manzanas,
del favor de las ondas mientras duerme la azada y sueña la tierra.

A veces quisiera sentir el deseo del hermano enamorado,
la hondura del reino donde pule su verso,
pero pasan tanques y legiones antes de la aurora
destruyendo el sustento de la vida.

Cien cañas en cada pico traen las aves
al jardín que labran nuestras manos,
donde la palma de una niña impulsa
la increada savia de las hojas.
Percibo entonces la bandera que desgarra,
entre pólvora y conquista,
el instinto lunar de las tormentas.

Y tu silbo constela prados y lares en el aire,
yo lo atrapo y ansío
como un feliz recuerdo inventado.

 

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6

Llena tu voz descansa sobre el fresco ramal
que un día atravesamos sin medir la distancia,
paisaje adolescente
donde el furor trazaba signos del futuro
en la corteza fabulosa, en el cielo ardiente.
Nada pudimos descifrar entonces,
y acaso nada exista salvo esta rauda memoria
que ahora vuelve al campo
porque abruma la ciudad,
porque en la flor mentida encuentra
la figura escindida de mis huesos
sutilmente engarzados a tu cuerpo.

¿Recuerdas las primeras horas junto al mar,
cuando el atardecer fijaba el horizonte
sobre los tenues hilos de los pescadores?
Imagen de otra más difusa,
inicio del amor en las barrancas
donde el río anima el numen de la patria.

¿Esto es real? Tus manos, nuestras hijas,
¿descubren la vida y repiten un destino?
No importa, nada importa cuando el surco
enlaza espigas invisibles,
raíces que fueron y serán.

 

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7

El agua de la fuente siempre es la misma,
sólo cambia en el recuerdo:
¿cuántas noches,
en el patio, en el jardín,
nos miramos para ver la luna?

Este invierno trajo huellas del pasado
cuando tus manos halagaban la tierra
para dar vida al brote envejecido,
cuando la carretera a la cañada
transcurría entre vacas y llanuras
(más allá, hacia el cementerio,
tu corazón buscaba el lino de la infancia).
No había jade ni pedernal,
y nada pensamos del horizonte que divide
los ríos de los mares,
la luz del atardecer,
las ciudades.

Hemos crecido y hemos sembrado en la distancia,
en la soledad que da el amor.
«¿Qué nos pertenece?, ¿qué dejamos?»,
preguntas mientras riegas las plantas.
«¿Por qué esperar el minuto que no llega,
el minuto que se expande y diluye en tus ojos?»
No lo sé. No puedo saberlo,
pero oye, mira, siente:
las piedras del arroyo trazan un camino,
por ellas regresamos, por ellas partiremos.

 

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8

¿Por qué, amiga, nos detiene
la frágil memoria y el deseo?

Perdura el pasto en su verdor sediento
pero nosotros buscamos otra extensión.

Tenues y duales como el papalote
(gusano de viento,
polvo que surge de la pasionaria,
sobrevuela el jardín y muere)
nunca sabremos quién vive en el poema.

¿Serán el tronco y la hoja
que ayer muraban el bosque?
¿Será una tela invisible
que atrapa cuerpos informes
para hacerlos manjar y silencio?

Trágica cifra del sentido:
mientras canto el paisaje lo destruyo,
encierro al pájaro
y anulo el instante de la zinia amarilla.
Si todo fuera diferente,
si la voz nada buscara,
¿seríamos un pulso armónico y eterno?

Ven, descansemos un rato
junto al río inexistente,
imaginemos la llanura que espera,
el brillo húmedo, el amor errante.
Aunque mienta otra vez la palabra,
bajo la urbe caótica
aún podemos ser parte de la noche.

 

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9

Quisiera el cuerpo en otro ángulo.
También el alma,
también la historia.

Revive el sueño la eternidad inocente,
promesa de una aurora ilimitada,
absurdo que asustaba
mis desvelos de niño religioso.
Más allá aparecía la nada absoluta,
polvo u escoria alimentando legumbres.

«La voz de la conciencia»,
dijeron los mayores
Pero era otra cosa:
un pavoroso diálogo con la muerte,
fruto del hueso que se expande,
y me acompañó para siempre.

Como la pausa o la fuga
caí en el hueco del sonido
y me distraje… o encontré the road not taken
que me enseñó el colmo y el vacío,
el río amargo y la resaca dulce,
las plantas prohibidas,
el sexo y el amor.

El poema reclama una suma,
una épica imposible,
sublime y humana,
motivo que propone el exordio
entre picas y venablos;
compromiso que asfixia la palabra.

Alguien habla de caballos en estepas lejanas,
dibujo aves, árboles y arroyos,
el milenario paraje ameno.

                           (Ves:
                           el nombre evoca un tiempo y un espacio,
                           para qué describir entonces,
                           para qué la metáfora o la invención fingida,
                           ¿para las ruinas erigir de las vanguardias?)

Durante siglos el bosque espera
para cincelar nubes ilusorias,
toros que rasgan el aire mientras buscan su forma.
Curo mis manos en la tierra, en el suelo repleto
de ancestros que no me pertenecen.
Y retomo el camino.

 

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10

La parra y el manzano se trenzan
con la raíz que no tuvimos.

Fuiste al centro del cerro
y regresaste vacía,
volando sobre mí,
sobre el canto de las aves.
Hablabas de un camino largo y sin carreteras,
paraje abierto entre la niebla y la noche
junto al árbol que duerme en la tormenta.

«Allí estuvimos antes –dijiste–,
antes del tiempo y de la muerte;
tejiendo una guirnalda en sus cabellos
jugaban nuestras hijas con la aurora.

¿Para qué amontonar palabras viejas,
nombres ajados,
si el verbo anula toda imagen
encerrado en su fecundo origen?»

Sin tonos ni conjuros alumbra el verde encino,
y enseguida atardece.

 

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11

Sobre la margen olvidé las cabras y la caña agreste.

Antes cantaba en los caminos
donde sabios pastores ignorados
nombraron plantas y animales
y el curso interminable de los días.

En el bosque aprendí el futuro de las aves,
la ceniza y el hueso que retornan
al informe celeste o a los astros.

Amé y odié, inmóvil, la distancia,
tristeza de alma errante
que aprisiona la infancia en el vacío,
que fatiga el otoño en el recuerdo.

Cuando pasaron las cuatro estaciones
la pluma gris del zopilote
subió a la cumbre de palacios minerales.
¡Oh sagrados recintos del poder:
el prado alude a la hambrienta explotada,
moderno esclavo de la tierra sometida!

La cierva y el amado ya son idos
y reviven las flores de los muertos
donde escarban los gallos la hortaliza.
Véspero enciende una cocina exhausta
si albergue ayer famoso al peregrino.

No hay rumbo inesperado
para las ruinas de este infausto imperio.

 

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12

Un incierto paraje se perfila
por donde asoma la silente luz.
Errantes formas de otro enero
cuando tienden la tarde los caminos
y florecen las ramas del naranjo.
La aparatosa máquina del mundo,
¿era entonces mejor?
¿Estaba muerta la hidra multicápite?

Monumentos que aplastan corazones
han visto arder el rabo del cometa.
¿Por qué interroga?
¿Por qué este suelo atrae un desierto desvenado?
Ciudades y pasados inconexos
urdidos por el vientre que da vida
al río y a la estrella.

Aquí no aroma el fuego ni abriga el copal:
asombra el horizonte,
el haz rompiendo en verticales nubes
mientras el ojo mineral acecha
un valle de pureza dividida.
Yo te saludo abuelo,
fantasma tu leyenda porque otros eran los nombres,
pero igual te saludo,
porque enciende tu vista
el pausado reposo de la cumbre.

¿Por qué estar así,
huyendo la constancia de la sangre,
anhelando una vía interior?
Seguir e inventar,
sin raíces ni ancestros,
sin dioses tutelares,
parado en la piedra que resguarda
el ave de las cuatrocientas voces,
cuyo canto, a pesar de la ilusión,
jamás escucharé despierto.

 

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13

Basta de bosques y praderas,
de árboles y ríos,
hoy se derrumba el puente imaginario,
la orilla incierta que alejó al viajero.

Irse a otro lugar,
al país de la hermana y de la sierpe,
donde el torpe europeo entierra la historia
mintiendo una cultura de la cual desciendo.
Estar, y ser siempre un peregrino,
un forastero a quien el barro legendario ignora.

Me aferro a las edades, creo hacerlo
cuando el verde imposible
redime un punto en la memoria:
mi padre y el molino
entre miles de flores donde el sapo canta.
Todo surge ordenado y fabuloso,
uniendo la espesura de un recuerdo anterior,
tal vez el último,
el que dará sentido final a este poema.

 

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14

Si el aire anida en el sediento pino,
el tumbo de la hoja se resuelve en río;
surge entonces la ruta y los pies horadan
la tierra virgen donde muere el agua.

Numerosos han abierto los caminos
donde las piedras de un teatro ascendente
suponen la historia verdadera
que el valle y la montaña aún contemplan.

Extenderse completo y fascinado,
besando el cuerpo que despierta los instintos,
monje indeciso entre el reino celeste y la belleza mundana.

Un poeta dormido en pliegos centenarios
dice que puedo ser uno de ellos:
un desdeñado imitador
que enhebra restos de una lengua artificial.

Amada, amiga, compañera,
¿para qué hermanar objetos que resisten
el paso leve de una imagen transitoria?
¿Porque así hallamos? ¿Porque así perdemos?

 

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15

Reina póstuma
del río y de la fiebre:
al ciego sol destierra del tiempo.

No digas nuestro nombre,
sólo anuncia en tus ojos la vida que no existe,
la vida vindicada.

 

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16

Una lágrima enturbia el surco de cemento,
voraz carrera hacia la urbe sin árbol.
Pienso en un cuerpo inexistente y sin amparo,
luz que perdió la sombra en la sierra o en el mar
buscando el cuerno mustio del amanecer.

¿Dónde estaremos mañana?
¿No volveremos al nogal de Carolina,
a la ribera de brazos imprecisos?

                          (Hoy nuestras hijas juegan con el viento,
                          pero otras son violadas y enterradas.)


Visiones van, visiones vienen.

Cierro los ojos para despertar,
porque el tiempo es imagen de la muerte,
no el sueño donde viven los espectros,
el tiempo,
el tiempo que la inercia lima y pudre los huesos.
Botón o estrella, lo mismo da:
todo se irá con la aurora que espero
fumando en el jardín la hierba interminable
que la virgen celeste sembró cuando naciera
y que atiende mi voz entre velas y copales.

Me secaré como la hierba y el papel;
pero ahora canto cerca y lejos de la tierra,
donde las lenguas confunden y conquistan,
donde pesa en la historia una mortaja de piedra,
rasgada, perdida, oculta,
y el curso de la noche se iguala con el día.

 

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17

¿Cómo abrazar el aire cuando el mar
confunde el sexo y el amor,
cuando afirman los polos su distancia?

Más allá, donde los astros expiran,
las horas mudas que animó naturaleza
describieron un signo inexplicable,
pero aquí el resplandor se esfuma,
dejando un lecho pleno y una luz mortecina,
camino abierto a todas las fantasmas.

Vanos pasajeros sin destino
a tu lado pasaba el fruto que se abría
contra el desierto, contra la miseria,
contra el peso que impone la civil dinastía.
Otras mujeres besarán tus piernas,
habrá árboles, flores y una fuente;
las aves cantarán de vistoso plumaje
junto al quetzal que vuelve después de la lluvia.

Los espectros lamentan una ausencia;
ahora no lamento nada: quiero aprehender
la dualidad excitante del cuerpo,
el deseo que pautan ritmos ajenos.
Si la llanura siempre descansara no vería tus ojos,
la vida reprimida en el dolor o en el placer;
no indagaría los tres ambiguos lustros,
la margen y la soledad,
la inercia fatal que te abruma.

Bajo el naranjo o el madroño
conjuro una parte de la tierra
donde acaso halle reposo el pensamiento.
Y el amor nacerá libre y la unión perfecta,
mística sombra donde brilla breve la verdad:
una y múltiple.

 

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18

En el barro dibuja nuevamente el inquieto creador
y atesora en las nubes la esperanza del verano,
la herencia del pasado redivivo.

                                                     Extranjero. Que pasaba.

No recordé la aurora hasta que estuvo en tus brazos,
ligero colibrí que el aire traspasas.
Después me senté a mirar,
y vi dos lagos creciendo
y una alegría matizando la brutal existencia.

Hemos dormido juntos por siglos,
hemos ido y regresado,
mutando formas y ausencias,
perdidos en el viento que hiere y se va.
Pero seguimos buscando la razón de estar,
alumbrando un dios, mil dioses,
luciérnaga o relámpago,
quimeras que atrapan el vuelo en un instante
y se evaporan como azahar o ceniza.

Los árboles que imagino:
¿resisten el dolor o lo desgarran?
Los bosques:
¿alegorizan la carencia o la simiente explotada?

El movimiento me lleva a la urna del río,
secreto acento del canto y la flor,
para que vea lo que antaño fui,
la negación consciente de la propia escritura,
cambiante ala, mudable néctar, oscuro ámbar.

Los caminos también se atraen, cruzan y descansan.

 

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19

A ustedes también las echaron,
miríficas deidades.
Niñas violadas en mitos y calles,
el rapto más allá del mar o el iris muriendo,
ultraje hecho razón
sobre la tierra ausente y maldecida.

Arrodillados en penumbras,
entre los libros que purgan los dueños del trazo y el amate,
los teólogos del orbe estrecho
han propiciado el odio y la desidia.

Ellas amaban el secreto del maíz,
la vida en las terrazas
y el verde barco florecido
surcando las canales del mudable pez.
Allí nos sentamos a escuchar
los cantos desgajados, la lengua incomprendida
que sufre cuando investidos profetas predicen
la victoria del número sin tasa, memoria ni medida.

Las metáforas fugan hacia un centro vacío,
al margen del anciano río de la conciencia.

La corteza encantada,
los nombres fugitivos,
¿quién los oye, quién las resguarda?
¿Dónde han quedado los despojos,
las piedras, las guirnaldas, los caminos?
¿Dónde la infancia y la belleza del conjuro?

Entre la infame turba las invoco,
madres del cielo y de la muerte,
antes que los racimos venturosos
se pudran en la costra del otoño.

 

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20

Una brecha se abre en la montaña y descubre un mirador. Desde la cima se escuchan los motores y resaltan las indecisas manzanas del pueblo; más allá, entre los crudos alambres, aparece la ciudad. El contraste entre el pino y el cemento es una metáfora de la destrucción, de la invasión acaso inevitable sobre el agua y el sonido; gracia y desgracia de lo que represento en este mundo. No hay conciliación posible entre el cetro alucinado del cacto y el petróleo, la contaminación y la tala. Hasta aquí nos ha arrojado la incisiva sed del capitalismo.

Pero en esa brecha hay también un paso mágico, una desposeída ascensión hacia la luz, una manera de entender la poesía o de atenuar las infinitas huellas que nos separan de la naturaleza. A veces, entonces, pienso que estoy preparado para la muerte. Quisiera creer y recordar que ya estuve y que regreso en átomos o pétalos. Pero dudo y descreo y reviven los compañeros de la infancia: las voces, los silencios.

La soledad es un estado, una decisión o una fortuna. Surge y alimenta espacios vacíos donde vemos claramente los fantasmas que velan nuestra historia. Ellos, uno a uno, se han ido o se están yendo. También nos fuimos y no puedo comprender ni entender la partida, el deseo que aleja y suspende el tiempo. Somos una estancia pasajera, una raíz entre la niebla, un grano sin descanso. Sentirse cada vez más lejos de la inteligencia, del pensamiento, de los amigos, de las amigas, del amado, de la amada. La tierra ubicua, la tierra del pasado te espera: entre sus ruinas buscarás la antigua melodía, la pausa que reúne en un solo compás la razón de no ser y de existir.


Tadeo Pablo Stein es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Rosario y doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado dos libros de poesía: Perenne imperfección (Editorial Serapis, 2003, con Federico Rodriguez) y Progresión del paisaje (Editorial Serapis, 2009). Desde el año 2007 reside en México. Nació en Rosario en 1978.


Referencia electrónica

Referencia electrónica || Stein, Tadeo P. «Cuatro caminos». Hyperborea. Revista de ensayo y creación. 5 (2022): 163-186. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/cuatro-caminos-288

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7020079

 

Imagen superior: © Helmut Corcova 

Publicación Hyperborea
Número 05