I.- Para una historia del viento
Ella hizo una manda hace veinte inviernos
aunque perdió tres cáscaras bajo la piel
nunca quiso tocar el tema
Recorrían estancias hasta detenerse
frente a manchas en las paredes de la pieza
Compraban huevos trizados
guardaban carne en la nieve
Un día se echó una manta sobre los hombros
y les dio la espalda a los mallines
A él lo componía un uniforme azul para desfiles
y otro verde para las guardias
aviones, las hélices del Twin Otter
que ves pasar desde la tierra y entrar a los hangares
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Antes de empañarse
la última imagen que vio
montaña escarpada y liquen
se abren chales de cardos en otras laderas
sueños sin imágenes, jaibas en la orilla
él inauguró un centro de belleza
conocía perfectamente la fealdad
y perdió casi todo, lo que más quería
Serenidad, escribir en la arena
dejar que el viento lo borre
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II.- Manchas de humedad
Los matorrales rasguñan el envoltorio del paisaje
caras sin nombre, anotaciones sin leer
dormir conejo, despertar tortuga
algo perdurable, no roca que se vuelve arena
una ola rompería rostros recortados por el sol
decisiones incorrectas, caminos difíciles
al lado de la funeraria habría un local de lotería
le gustaría antes irse lejos donde la tierra no se moviera
Tres clases de personas había para ella
las que vuelven al comienzo, las que corren al final
y aquellas que desaparecen entremedio
como si recién hubieran nacido
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Metes tus manos en el abrigo
acaricias una foto
en su reverso dice Valdivia 1960
Alguien podría pensar
en olas que no fueron hechas por el viento
cartas mojadas
amantes arrasados en acción
hombres que buscan a sus hijos entre cochayuyos
lobos de mar que andan por las calles
una anciana con su gato a cuestas
Estamos muy solos
para darnos el lujo de permanecer quietos
Una imagen ya no es un soporte de memoria
sino una resignación
La naturaleza no es amable, decía Lao Tsé
trata a las personas como perros de paja
En realidad, tu foto nada tiene que ver con eso
Como toda plenitud es ambigua
dice Valdivia 1960
pero fue tomada en Pichilemu 1994
En ella dos niños corren frente al mar
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1. Quise detenerme en el momento en que uno toma aire para contar algo y no cuenta nada. Mis días son señales de humo sobre este colchón, donde escribo notas que voy pegando en la pared.
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2. Mis sábanas tendidas al sol, agujereadas por el pucho. Es domingo. El ficus está mustio y la ropa, sucia. Nerón tiene pulgas. No siempre viví así. Me acuerdo de cuando el presente era la monotonía perfecta de mi nombre, susurrado torpemente para levantarme y ponerme la ropa.
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5. Acepté cuidar a Nerón para pasar el frío o simplemente porque aquí podía estar quieto mientras el viento golpeaba las ventanas. Quedan dos paquetes de fideos en la despensa. Arrastro mis pies. Me agazapo entre las cortinas. Las cosas brillan empapadas por la lluvia. Veo a mis vecinos: Irene y Marcelo. Una vez tocaron a la puerta. No quise dejarlos entrar. Hacerlo habría sido evidenciar mi condición de jaiba que huye del tsunami. Conversamos afuera. Marcelo intentó estrecharme la mano. Dijo que era veterinario y que tenía su consulta a solo tres cuadras. Irene habló muy poco. Ya sabes, cualquier cosa que necesites, etc.
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7. Intento no moverme. No bañarme. Observar una pared es suficiente. Rasguño el envoltorio del paisaje. Creo haberlo visto todo a través de ella. Cuando me aburro de la pared, está la ventana. Miro entre las cortinas. ¿Qué veo? Niños jugando. ¿A qué juegan? Es otoño. Aplastan las hojas. No oigo el crujido. Se ríen. Corren en círculos. De pronto Marcelo, el vecino, aparece en escena y me dirige una mirada desde la calle. ¿Me ve? Supongo que no. Se hurga la nariz. O tal vez me ve y hace ese gesto para despistarme.
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8. Se acerca el invierno. En la cocina hay hormigas. Me acuerdo de un cuento indio. ¿Cómo lo aprendí? Me lo contaba mi mamá. A ratos intento acordarme. ¿Cómo era? No recuerdo. Aparecían hormigas. No importa.
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9. Nerón está enfermo. Paso horas en el colchón. Clavo mi vida sobre manchas de humedad. Veo una playa desierta en la pared, un cielo salpicado por nubes.
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12. Me recostaré. Nerón, cada vez más enfermo. Tiene fiebre. Jadea. No hay modo de hacer que la nada se retraiga, pero su dolor podría desaparecer si vamos juntos al veterinario.
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16. Marcelo, el vecino veterinario, está fumando afuera cuando llego con Nerón. Entramos. Lo examina. Hace un diagnóstico rápido. Me palmotea la espalda. Habla de las bondades de la eutanasia. Dice que no hay otro camino. Me encojo de hombros. En una jaula hay un gato pelado. También hay un terrario con luz ultravioleta donde duerme una tortuga. Marcelo prepara la inyección. En la radio suenan Los Beatles.
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17. Quise detenerme en el momento en que uno toma aliento para contar algo y no cuenta nada. Finalmente no pude resistir a la tentación y terminé contándolo todo. Da lo mismo. Más tarde cavaré un agujero en el jardín. Aunque esté pálido y me duela la garganta, enterraré a Nerón. Luego, por si las moscas, adoptaré a otro perro. Tal vez un gato. Nadie notará la diferencia.
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20. Leo para matar el tiempo o lo hago porque es lo único que sé hacer. Leo los viejos libros de mis amigos que se fueron y me dejaron a cargo de su perro. Leo sobre Czapski. Artista polaco y capitán de caballería durante la Segunda Guerra. Capturado por los soviéticos, dio conferencias sobre Proust entre los piojos del Gulag. Carecía de un ejemplar de En busca del tiempo perdido (que había leído durante una convalecencia por el tifus), entonces habló de memoria sobre un libro que trata sobre la memoria.
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III.- Semillas de cardo
Sombras recortadas por la bruma
hicieron dedo a la playa
ella frotaba las manos
los párpados susurraban
encendía una colilla contra el viento
la había conocido adicta al sol
al borde de una acequia
manos gruesas y morenas entraban al saco
el grano caía al pie del espantapájaros
lo recuerdo ahora insomne entre zancudos
un misionero estriado de venillas
nos dejó al bajar la cuesta frente a dos yeguas
hocicos en morrales repletos de avena
miles de alternativas dejábamos atrás
un puñado de ramas en el fuego
humo, poca lumbre y animales muertos
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La garúa moja las ramas torcidas
no me sé los nombres de los árboles
hace días que no veo a nadie
leer sobre una mesa de madera sin calefacción
mirar el vuelo de una polilla frente a la pared
tomar aire para contar algo, no contar nada
quien esperabas está aquí, quiere hablar contigo
no habrá días grises, eso no pasa en esta historia
mi vecino perdió la voluntad de seguir adelante
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Medio cubierta por una sábana
me hablabas sobre la forma
que tiene el yacaré de cazar
inmóvil, abierto el hocico
hasta que pase algo
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El crepitar de mi aliento
dos paquetes de fideos
la misma ropa todos los días
un mendigo dirige el tránsito en la lluvia
arroja una piedra en el pasado
quema pastizales apoyado en el rastrillo
el mundo se te escapa cuando quieres entregarlo todo
las heridas se vuelven cicatrices
como semillas de cardo, el viento nos esparce
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Selección de Francisca Toledo Candia, extraída de Rodolfo Reyes Macaya, Manchas de humedad. Santiago de Chile: Jámpster Libros, 2019.
Agradecemos a la editorial Jámpster Libros la amable autorización para reproducir estos textos en Hyperborea. Revista de ensayo y creación.
Referencia electrónica
Toledo Candia, Francisca. «Manchas de humedad de Rodolfo Reyes Macaya». Hyperborea. Revista de ensayo y creación 3 (2020): 260-285. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/manchas-de-humedad-de-rodolfo-reyes-macaya-196