Mínimos contactos: Curvatura del ánimo de Daniela Escobar

Reyes_Escobar

Rodolfo Reyes Macaya
Université Paris Sorbonne


Ensayo introductorio a una selección de poemas

Se presenta aquí una serie de textos que abordan Curvatura del ánimo (603, 2018), libro de poemas de Daniela Escobar, desde distintas aristas. En primer lugar, se ofrece un ensayo crítico que describe y sintetiza ciertas cualidades textuales y, además, hurga en la polisémica noción de «ánimo», para lo cual se recogen distintas acepciones del término, mediante montajes de nociones culturales y temporalidades heterogéneas. Tal ensayo es sucedido por una selección de los poemas del libro. La última arista se corresponde con una entrevista donde la autora reflexiona acerca de sus hábitos de escritura, y relata algunas piezas de su historia de vida. Esta modalidad, lejos de establecer una exégesis unívoca, posibilita la coexistencia de diferentes interpretaciones.

Auscultación del ánimo

El pasaje entre las diferentes edades, como un territorio sólidamente inestable, se dibuja a través de mínimos contactos, tercetos y dísticos, en Curvatura del ánimo de Daniela Escobar. Mediante encabalgamientos, metonimias y elipsis, los textos proponen un mundo familiar enrarecido, en cuyos pliegues se hallan pequeños e insospechados acontecimientos, tales como el padre intentando finalizar los estudios secundarios mientras «las plantas, grandes manipuladoras, /reciben pastillas molidas/ que mi madre disuelve en la tierra» (17). Este tipo de detalles dan forma a situaciones íntimas, tenuemente ominosas que configuran, poco a poco, la mirada atenta de la observadora y una personalidad enigmática, ceñida por una madre comerciante y un padre «a veces tímido/ a veces castigador» (30).

Utilizando un sutil ensamblaje de pequeños bloques semánticos, los poemas se aglutinan en el territorio formativo siguiendo una línea narrativa abierta y sinuosa. En los áridos cerros de Renca, periferia de Santiago, se encuentra el almacén donde la madre «trabaja con hombres deshonestos, /manipula galletas, cigarros, jamón; traslada montañas/ de poliéster.» (7). Aunque calibrados en una vida psíquica fluctuante, los poemas son desafectados. Hablan de una clase media de «torta de piña remojada en pisco» (8), donde no faltan las rejas y la poca ostentación a riesgo de castigo: «el dulce caro, me dicen los padres, / no puedo comerlo frente a sus hijos» (22).

En más de alguna ocasión la hablante está enferma; tiene anemia, recobra la salud, o padece fiebre y entonces da cuenta de delirios tenaces: «Tosí. Pequeños hombres atléticos/ corrieron por el lavamanos» (…) A veces juegan a perseguirse/ y cuando se ríen fuerte, muy fuerte, /me doy cuenta de que estoy muy enferma» (8). Se podría aventurar una lectura, siguiendo el eje enfermedad–salud; la escritura como un acto intersticial entre ambas. El título del conjunto da luces al respecto: ánimo, del latín anima, se relaciona con el principio que constituye la vida y el movimiento de los seres. La tradición hipocrática sitúa el alma humana en el cerebro, «procedencia de los placeres y alegrías, risas y felicidades, así como nuestras penas y dolores, tormentos y lágrimas» (Hipócrates citado por Heerlein, I). Aunque el término «ánimo», como «humor», «emoción», «afecto» y «sentimiento», ha sido empleado en diferentes dimensiones y épocas, para la psiquiatría contemporánea «el estado de ánimo» refiere «una emoción de duración prolongada que afecta a la totalidad de la vida psíquica» (Heerlein 313). El estado de ánimo como forma de habitar, de encontrarse con el mundo y consigo mismo, oscila en torno a un equilibrio basal. Cuando éste se altera, la vida afectiva padece vaivenes que influyen en las funciones y conductas de los individuos. Los estados del ánimo, señalaba Karl Jaspers, parecieran ser los movimientos de una marioneta cuando la vida psíquica está alterada (662). Diferentes consideraciones respecto a las alteraciones del ánimo se han sucedido a lo largo del tiempo, intentando explicar y tipificar las paradojas del comportamiento humano. Hipócrates, hace veinticinco siglos, explicaba la melancolía como un exceso de un humor específico, la bilis negra o atrabilis (Heerlein 314). Por otra parte, Areteo de Capadocia, en el siglo primero, relacionó la melancolía con la manía (furia o exaltación anímica). Para Thomas Willis, en el siglo XVII, la melancolía era una locura «sin fiebre ni furor, acompañada de miedo y de tristeza» (Foucault 411). En el melancólico dominan la reflexión y las ideas fijas, mientras que, en el maníaco, la fantasía y la imaginación corren en un flujo impetuoso, deformando objetos y nociones. Aquel mismo autor consideraba a la melancolía y a la manía como términos opuestos que, sin embargo, se hallan unidos bajo un principio de coherencia (416): un mismo mal, que va de un estado a otro.

En la España del Siglo de Oro, según Roger Bartra (1997), la melancolía había pasado de ser un problema específico de la medicina, a ser un fenómeno cultural vivido como campo de batalla entre la vida social y la política. En esta línea, Bartra relaciona los síntomas de la enfermedad con la experiencia mística, la posesión demoníaca y la brujería. No es casual que la caza de brujas cobrara entre sus víctimas principalmente a mujeres campesinas, como sostiene Silvia Federici (220), ni es menor que dentro de los parámetros racionalistas de la época clásica, siglos después, la figura de los alienados se codificara judicialmente como la de un sujeto carente de derechos y soberanía sobre sí (Foucault 406). Pero la melancolía, la que Karl Jaspers sitúa dentro de los «movimientos emotivos profundos, en verdad inmotivados» (662) es empática y difiere considerablemente de la histeria. Si la bilis negra había caracterizado a ciertas personalidades excepcionales, aunque adaptadas al tejido social, como el melancólico y prodigioso Miguel Ángel Buonarroti, la histeria –orientada hacia la constitución de lo femenino– hacía imposible a quienes la padecían ocupar un lugar en el espacio de lo público. Esta última fue considerada durante siglos, desde Hipócrates hasta el siglo XVII (Foucault 447), como una enfermedad uterina. El útero, entendido como un animal viviente y perpetuamente móvil, desencadenaría las convulsiones histéricas, las que no se deberían al desarreglo humoral, ya que el mal se localizaría en la matriz y no en el cerebro. La histeria sería uno de los rostros de la locura recién en el Siglo de las Luces, al ser considerada una enfermedad no uterina sino nerviosa, producida por una hipersensibilidad que irrita la fibra de los nervios que conectan el conjunto de los órganos.

Realizada esta breve exploración sobre la construcción del ánimo en distintos momentos del saber occidental, regreso al libro de poemas para dejar en claro un par de cosas: la hablante construida por Daniela Escobar no es una «loca», se encuentra lejos de la histeria, lejos de los espasmos y de la sinrazón. ¿En qué consistiría, entonces, ese arco del ánimo? Consistiría, a mi parecer, en un doble movimiento: el tránsito por distintos estadios emotivos (con sus polos en la melancolía y la manía) y, al mismo tiempo, en el paso por las edades que posibilitan la construcción de una compleja identidad que se va montando y desmontando. Así como el primer movimiento va desde la acedia y el humor atrabiliario –«constante descenso de la agudeza» (65) –, pasando por la melancolía helada, hasta la hipersensibilidad de la capacidad perceptiva y la imaginación – «abro el lunar negro de su frente y escucho» (7) (…) «esta noche salen hilos de mis uñas» (73), el segundo movimiento está relacionado con los roles socioculturales que la hablante debe ejercer. Así, en los pasajes entre las edades y los roles, la voz corre de niña a adulta, de hija a madre territorio de tensiones donde se proyecta la escritura y los armazones de la vida interior. Ya en el primer poema, aparece la fuerte figura materna que confiesa padecer una «tristeza inmortal» (7); posteriormente, la voz de la hija se convierte en la voz de la madre (72), aunque siente desde antes el peso de la herencia de «dientes apiñados» sin poder dormir donde alguna vez soñaron sus padres (70). En esta trayectoria, de hija que ha interiorizado a la madre, se han producido acontecimientos significados como los ritos de paso de la adolescencia al consumo de alcohol y a los inicios de la vida sexual activa: «Abrimos un vino con tijeras» (38) (…) «No estoy tan segura de hacer el amor tan cerca de mi madre (40) (…) salimos de la casa con vergüenza/ no sabemos si tomarnos de la mano/ o mirar a los perros» (41). La hablante, como una voz tímida, renuncia mediante elipsis a dar mayores referencias de estos ritos de paso que han sido fundamentales al dar forma a su identidad, consolidando su compleja vida psíquica, mientras encuentra en otros los signos de edades que no han sido resueltas: «eres un remolino/en la mano de un adulto inmaduro» (59).

Como «un ejercicio minucioso de autolectura personal, descentrado del yo y puesto en la inquietud de una percepción particular e inquieta de sí misma y del resto de las cosas», según la definición de Nicolás Meneses sobre los poemas que conforman Curvatura del ánimo, sugiriendo una cercanía con la poética de Édouard Levé. Sin embargo, no es ésta, ni aquélla, una escritura descentrada del yo, tal como da cuenta el uso incesante de una primera persona que observa, siente y recuerda; que no sea un yo extrovertido y arrogante, no significa que esté descentrado. Por otro lado, Johnathan Opazo afirmó que «la voz de estos poemas a ratos parece querer sugerirnos que [la hablante] habita en un momento anterior a la domesticación de la imaginación». Esto sería equivalente a la articulación del infans; algo bastante alejado del control minucioso de los recursos del poema (nótese la siempre correcta puntuación) de la cual dan muestra los textos. Aún cuando sea un lugar común de una lógica adultocéntrica respecto de la fabricación de la infancia, la imaginación estaría lejos de ser en estos poemas una potencia maravillosa y agradable. Sería, más bien, una facultad base para la inventio, pero también, para la destrucción. En palabras de la poeta y ensayista Mary Ruefle, la imaginación es un mellizo furtivo «más vívido algunas veces cuando las cosas son duras, y [que] te empuja a la vida que aceptaste antes de caer en la amnesia del nacimiento» (7). Sin embargo, la facultad imaginativa en estos textos es una construcción efectuada mediante una organización razonada de las partes. La hablante no pierde el dominio de los materiales: da efectos de sombra manejando conscientemente los recursos lumínicos. Por ejemplo, en estos versos: «Cuando dos personas se aman/ desprenden de sus cabezas/ una parte que se ancla a la cabeza del otro» (48); es, vista desde un estatuto realista, una imagen delirante. Sin embargo, la correcta disposición de los elementos lógicos del enunciado hace que sea una imagen clara y racional. He allí la ambivalencia, en tanto uno de los atributos de estos textos; hay una dimensión cálida (si se quiere, maníaca) en las imágenes referidas –aunque escritas con fría lucidez, la misma lucidez que persiste en los versos de ensoñaciones: «Antes de morir, antes de que alguien/ se suicide, la mujer pregunta: ¿quieres conocer el planeta naranja?» (77)– así como una persistencia rayana en la ascesis del lenguaje, consistente en quitar el cuerpo de las palabras al ensanchar el «espíritu» de las mismas, aumentando sus capacidades expresivas, ambas estrategias tanto formales como temáticas: «El ayuno fortalece y debilita. Los vasos llenos, /al escurrir, se conectan con el interior. / ¿Estaré preparada para los alimentos sólidos?» (72).

Estos textos, que presentamos mediante una selección al final de estos comentarios, tienen la virtud de no hablar por el otro, sino de hacerse cargo de sí: la hablante ausculta e interroga sus estados anímicos frente a los acontecimientos exteriores, codificando una voz atenta a los sonidos de la interioridad, los colores y ambientes, y las edades que transita. Bordea la ascesis del lenguaje al utilizar mínimos recursos expresivos, retrata una trayectoria vital. Así, la escritura configura el autorretrato de una personalidad empática y compleja, a veces melancólica y obsesiva, de a ratos maníaca, pero sin caer en la locura, sin perder el control de sus materiales para articular sus dobles y los objetos que la forman.

 


 

 

1.Curvatura_animo

 

 

  ⤠ ⤠ ⤠ ❢ ⤟ ⤟ ⤟ 

 

 

Selección de poemas

 

Primero llorar, después aprender a leer.
La oración es una laguna enorme,
atractiva.

Sobre esta laguna está mi mamá y me pregunta,
si quiero más torta, qué opino de mi actitud tan plana:
en el fondo quiere decirme que es inmortal.

Trabaja con hombres deshonestos,
manipula galletas, cigarros, jamón; traslada montañas
de poliéster.

Abro el lunar negro de su frente y escucho:
–Tienes razón, mi tristeza es inmortal.
Vuelvo a los cerros secos, lavo la ropa interior.

 

 

                                    ⤠ ❢ ⤟

 

 

Torta de piña remojada en pisco,
buzo, penicilina; la voluntad es una pelota
en el hocico de un perro que juega.

Ángel de cerámica, palafito
dentro del caparazón: ¿desde cuándo te da miedo
dejar la casa sola?

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

La reja es la superficie.
La cabeza pegada en el acero, el límite.

–¡No hay límites! –dice mi mamá mirando al cielo
y aplasta una polilla, mata hormigas en la pieza.

–Va a ser un invierno lluvioso: si te expones, enfermarás.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

Tosí. Pequeños hombres atléticos
corrieron por el lavamanos.

Un brote alrededor de sus cabezas
—como si estuvieran felices y llenos de vida,
era el alimento que los ayudaba a multiplicarse.

Ahora viven conmigo,
quiebran tallos, mastican pétalos celestes.

A veces juegan a perseguirse
y cuando se ríen fuerte, muy fuerte,
me doy cuenta de que estoy muy enferma.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

El sol repara melanocitos destruidos,
manchas blancas en la cadera.
Mi padre se esfuerza en terminar el colegio.

Las plantas, grandes manipuladoras,
reciben pastillas molidas
que mi madre disuelve en la tierra.

 

 

                                     ⤠ ❢ ⤟

 

 

Abrimos un vino con tijeras,
escuchamos la historia de una amiga
que no sabe dibujar las manos de su madre.

Las ramas secas trazan relámpagos.

Un zigzag amarillo,
áspero
regresando a casa de madrugada.

 

 

                                    ⤠ ❢ ⤟

 

 

Siete monedas metálicas sobre el círculo rojo.
Aun así, no estoy segura de hacer el amor tan cerca
de mi madre.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

Salimos de la casa con vergüenza,
no sabemos si tomarnos de la mano
o mirar a los perros.

Nos preguntamos si Oscar tendrá donde vivir.
Compramos una cerveza,
rebanamos un pan.

¿Por qué a la mujer de la esquina
que vende helados grandes no le gusta
que Oscar duerma justo ahí?

Escuchamos las noticias, vemos un video.
Jugamos a destapar botellas
con el sonido de la boca.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

Cuando dos personas se aman
desprenden de sus cabezas
una parte que se ancla a la cabeza del otro.

Esta es una pieza irreconocible,
hasta que la nombran y expulsan el material
lejos de las manos de ambos.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

En el chaleco, la inestabilidad
de lentejuelas verdes y azules

pegadas con neoprén, un árbol
al que no llegan los oportunistas.

 

Estación fija, el follaje
no cambia de color. No brota.

 

El placer de retirar el brillo,
desprender lo que llama la atención.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

El codo se repliega
como un origami irregular, un aspecto
similar al ánimo.

El escarabajo ciego
se arrastra sobre una rama torcida
sin darse cuenta de la trayectoria curva.

Mi padre, padre de una sola hija,
cose el morral que rompí en el camino.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

Tres candados doble llave,
predisposición a conversar con extraños.

–Las mujeres venden más, es una evidencia empírica.
Robo un chocolate y compro los cigarros.

Equilibrio, el ritmo de algo que abandona se ajusta
al ritmo de lo que vuelve.

Constante descenso de la agudeza.
Las condiciones materiales

adormecen las facultades del ojo
y la comunicación (65)

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

La voz interna tomó cuatro esquinas,
Pez, Ala, Fuego, Mineral, y preguntó:
¿por qué no cedes a los incentivos?

La hija quebró los cigarros,
mojó la cara de los padres mientras dormían.
Cofres de palos de helado expresaron amor.

Pero bajo el corazón tendí una cama
y bajo la cama un imán invertido
que atrae rechazando.

¿Hay algún sitio en mí que quisiera recibir gente?
Cartulina en el suelo, cuesta saber
qué niños están exentos de pecado.

El ayuno fortalece y debilita. Los vasos llenos,
al escurrir, se conectan con el interior.
¿Estaré preparada para los alimentos sólidos?

Algunas cosas hieren,
te dan más de lo pactado
y te conviertes en deudor.

Me juzgan porque descarto
actividades recreativas: cerámica,
baile entretenido, macramé.

Prefiero organizar las pinzas según su tamaño,
mirar botellas vacías que podrían recibir flores
y no dárselas.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

Nos sentamos a comer en la mesa,
el ruido de los pocillos blancos
y la moderación de los peces al vapor.

La naranja rueda y rueda hacia mi hijo.
Yo sigo siendo café,
no me he sacado el disfraz de pájaro.

Espiga negra,
¿por qué miro el interior de la casa
con profunda decepción?

Duermo. Amo dormir
trece horas seguidas.
Trece.

Él no sabe nada de mí.
Cuando nos conocimos
nos casamos de inmediato.

Lo que hay detrás de ese impulso es secreto,
somos excesivamente responsables
con la mente del otro.

Niebla azul,
¿tienen compasión de sí mismos
quienes arrastran ligeros pensamientos?

Mi hijo no me distingue, ante mis brazos
prefiere la seguridad de una manta
que lo inmoviliza.

Y como la vida se basa en construir límites
yo también me espero en rodearme
de cosas duras.

Esta noche salen hilos de mis uñas
y dios los maneja con celo y delicadeza.
De rodillas, le pido que continúe.

a pesar de que está alejándose, insisto.
Desde lo alto envía fuego a mis huesos.
La misericordia no es blanca.

La flor tiene trece pétalos.
Más oscuro que el hollín,
el tuétano cambia de color.

Mi esposo me obliga a detenerme
pero ya es tarde: veo a mi hijo, lejos,
jugar tras una reja.

 

 

                                      ⤠ ❢ ⤟

 

 

 

Existe un planeta naranja,
nadie lo conoce y quienes lo han visto
no han regresado.

El cielo es naranja, el mar es naranja,
los peces huelen como una naranja. Hay un bote
y una mujer navega en el océano.

Antes de morir, antes de que alguien
se suicide, la mujer pregunta:
¿quieres conocer el planeta naranja?

Cerré los ojos,
las estrellas giraban amarillas y rojas
sin dirección.

Iba a conocer las profundidades,
el rigor y el reflejo,
la distancia que amé.

Acerqué mi mano al agua.
Círculos naranjas se formaron antes
de hundir los dedos.

 

 


                         

Referencia electrónica

Reyes Macaya, Rodolfo. «Mínimos contactos: Curvatura del ánimo de Daniela Escobar. Ensayo introductorio a una selección de poemas». Hyperborea. Revista de ensayo y creación (2019): 196-220. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/minimos-contactos-curvatura-del-animo-de-daniela-escobar-153

Publicación Hyperborea
Número 02